viernes, 16 de agosto de 2013

Un modelo para ordenar

Diario de León, ernesto escapa 15/08/2013.- La respuesta ratonera que se ha venido dando al desbarajuste de las administraciones públicas en España tiene al gentío más que escamado. Sobre todo y antes que nada, porque los escasos intentos de mudanza se han concebido con el propósito primordial de ubicar a los apéndices de la clase política, olvidando que la única justificación del ramaje administrativo es prestar servicios y no multiplicar asientos. Sin echar la vista más lejos, es evidente que desde que se aprobó la Constitución, ha ido quedando claro que la descentralización del Estado Autonómico no podía consistir en la alegre multiplicación de garitos y funcionarios. Pero nadie puso freno a la reproducción de la hidra. Mientras hubo, coexistieron cuatro escalones administrativos, cada uno de los cuales a su vez iba creando alrededor un tupido universo de fundaciones, empresas públicas, consorcios o mancomunidades. Por no detallar más el repertorio de engendros.
El argumento para inflar esa burbuja consistía en el enredo de que así se acercaba la administración a la gente. Como si esa vecindad fuera importante en sí misma. Nadie habló entonces de la eficiencia de los servicios públicos, pero el ramaje acabó siendo tan espeso que con la llegada de la crisis se tornó insostenible. Ahora ya anda todo en almoneda. El pasado verano el ministerio de la recaudación anunció su propósito de reducir un tercio de los concejales, además de las Juntas Vecinales y no sé cuántas mancomunidades. Habían echado sus cuentas y eso les daba un ahorro de más de siete mil millones, que al final del proceso serían 37.700. Suponían, sin duda, que cada concejal o Junta Vecinal amortizables engulle presupuesto como la señora Botella, alcaldesa de Madrid. O como ellos mismos.
El invento de la reforma administrativa tardó en arrancar y encalló durante meses en los preliminares del Consejo de Ministros, mientras recibía las alegaciones autonómicas y el rapapolvo del Consejo de Estado. Entonces Montoro se vio en la urgencia de ir haciendo caja. En realidad, esa almoneda, que pretende saldar incluso el teatro Emperador, no aspira tanto a conseguir liquidez como a podar las alas a una idea del Estado que vio normal radicar algunas de sus dotaciones fuera de Madrid, Barcelona o la imperial Toledo de Bono y Cospedal. Aunque se tratara de un Centro de Músicas revenidas.
Más o menos así quedaron las cosas antes de la modorra estival. Pero nadie olvida que liquidar los bienes administrados por las Juntas Vecinales fue el primer objetivo de esta aturullada reforma. Desde luego, no lo olvidan los vecinos de las pedanías, que aprovechan la afluencia veraniega a los pueblos para avivar la brasa del descontento. Ellos saben muy bien que el trofeo codiciado para redondear cifras de recorte, sin dañarse los partidos y a la vez hacer botín, son los bienes que administran las Juntas Vecinales. Sólo en el caso de León, suponen más de la mitad de la extensión provincial. Y su apropiación no costaría un euro.
Lo más grave del rumbo que lleva este proceso es su desorientación. Porque ignora que el único camino sensato de reforma municipal consiste en aplicar el modelo ya experimentado en León, donde hay ayuntamientos que superan los treinta núcleos de población, como Riello o Ponferrada. Sin exterminar pueblos ni poner su patrimonio en almoneda. Lo demás son chirigotas de arbitristas baratos.

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