Diario de León, columna de CARLOS FRÁ 28/08/2012.- Por aquello de que toca linchar al Gobierno de Rajoy tras no dejar ni las raspas del Ejecutivo de Zapatero a muchos les ha dado ahora por defender la pervivencia de las juntas vecinales. Pero la realidad es que a estas alturas los actuales mandatarios asentados en ministerios y en la propia Moncloa han allanado suficientemente el camino para hacerse merecedores de todo tipo de ataques como para que no falten otros campos que tenga una importancia mucho más real para la ciudadanía.
Lo de las juntas vecinales es mucho más complejo de lo que plantean sus oportunistas paladines que no olvidan nunca destacar su origen medieval. Apelar a una de las épocas más oscuras de la historia de la humanidad como su gran aval presenta sones atractivos pero la letra dista mucho de convertirlas en el país de jauja.
Existen juntas vecinales que funcionan muy bien. Que han hecho obras importantes en los pueblos y que aprovechan adecuadamente los recursos. Pero la realidad con un repaso a la provincia de León es que la realidad pedánea es de lo más variopinta.
Hay juntas vecinales que conviven puerta con puerta con grandes ayuntamientos —casos en La Robla o de Navatejera-Villaquilambre— que con mejor o peor fortuna únicamente suponen la existencia de dos administraciones paralelas.
Las hay también en localidades que conservan mucha población y mucha vida y donde su actividad es más que loable. Pero me temo que son las menos. La realidad de muchas juntas vecinales, especialmente en las áreas donde la despoblación es más acuciante, pasa por personas que hoy residen en las grandes ciudades —en ocasiones fuera de la provincia— y que regresan puntualmente por el jugoso pastel que suponen las explotaciones de montes, los cotos de caza o más modernamente los parques eólicos.
Se llega a situaciones en las que a un pueblo abandonado desde hace décadas le surgen ahora nuevos vecinos que viajan desde Madrid olfateando el pastel y se atreven a solicitar que la junta vecinal se constituya de nuevo.
La reforma de la administración exige lógica y con ese criterio es complicado defender que una familia, por seguir empadronada en el pueblo, sea la dueña de un poder en ocasiones enorme. Los argumentos almibarados de nostalgias no se sostienen. Juntas vecinales sí, pero las justas.
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